CADA MISA TIENE UN VALOR INFINITO
por Réginald Garrigou-Lagrange O.P.
Luego
del post anterior, donde se habla de los gravísimos abusos litúrgicos,
conviene recordar este escrito. He aquí un texto resumido del teólogo
romano R. Garrigou-Lagrange O.P. que en su obra El Salvador y su amor por nosotros, nos habla de la excelencia y eficacia de la Santa Misa.
Jesucristo,
Salvador nuestro, es el Sacerdote principal del sacrificio de la Misa.
La oblación interior, que fue el alma del sacrificio de la Cruz, perdura
siempre en el Corazón de Cristo que quiere nuestra salvación. Él mismo
ofrece todas las Misas que se celebran cada día. ¿Cuál es el valor de
cada una de esas Misas? Es importante tener una idea justa, para unirse
cada día al santo Sacrificio y recibir más abundantes frutos.
En
la Iglesia se enseña comúnmente que el sacrificio de la Misa
considerado en sí mismo tiene un valor infinito, pero que el efecto que
produce en nosotros es siempre finito, por elevado que sea, y
proporcional a nuestras disposiciones interiores. Estos son los dos
puntos de doctrina que conviene explicar.
El sacrificio de la Misa considerado en sí mismo tiene un valor infinito
La
razón estriba en que, en sustancia, el sacrificio de la Misa es el
mismo que el de la Cruz, el cual tiene un valor infinito a causa de la
dignidad de la Víctima ofrecida y del Sacerdote que la ha ofrecido, pues
es el Verbo hecho hombre quien, en la Cruz, era al mismo tiempo
Sacerdote y Víctima. Es Él quien permanece en la Misa como Sacerdote
principal y Víctima realmente presente, realmente ofrecida
sacramentalmente inmolada. Mientras que los efectos de la Misa
inmediatamente relativos a Dios, como la adoración reparadora y la
acción de gracias, se producen
Siempre
infaliblemente en su plenitud infinita, incluso sin nuestro concurso,
sus efectos relativos a nosotros sólo se extienden en la medida de
nuestras disposiciones interiores.
En
cada Misa se ofrecen infaliblemente a Dios una adoración, una
reparación y una acción de gracias de valor sin límites, y ello en razón
de la Víctima ofrecida y del Sacerdote principal, independientemente de
las oraciones de la Iglesia universal y del fervor del celebrante.
Es
imposible adorar a Dios, reconocer mejor su soberano dominio sobre
todas las cosas, sobre todas las almas, que por la inmolación
sacramental del Salvador muerto por nosotros en la Cruz. Tal adoración
la expresa el Gloria: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a
los hombres de buena voluntad. Te alabamos, Te bendecimos, Te adoramos,
Te glorificamos. Esta adoración la expresa de nuevo el Sanctus y aún más
la doble Consagración. Es la más perfecta realización del precepto:
Adorarás al Señor tu Dios y al Él sólo servirás. Sólo la infinita
grandeza de Dios merece el culto de latría. En la Misa se le ofrece una
adoración en espíritu y en verdad de valor sin medida.
En
el momento de la Consagración, en la paz del santuario, hay como un
gran impulso de adoración que sube hacia Dios. Su preludio es el Gloria y
el Sanctus, cuya belleza queda subrayada algunos días por el canto
gregoriano, el más excelso, el más simple y el más puro de todos los
cantos religiosos; pero cuando llega el momento de la doble
Consagración, todos se callan: el silencio expresa a su manera lo que el
canto ya no puede decir. Que el silencio de la Consagración sea nuestro
reposo y nuestra fortaleza.
Esa
adoración, que sube hacia Dios en todas las Misas cotidianas, recae, de
alguna manera, como fecundo rocío, sobre nuestra pobre tierra para
fertilizarla espiritualmente.
Igualmente,
es imposible ofrecer a Dios una reparación más perfecta por las faltas
que se cometen diariamente, como dice el Concilio de Trento. No se trata
de una nueva reparación, distinta de la de la Cruz: Cristo no muere ni
sufre más, pero, según el mismo Concilio, el Sacrificio del altar,
siendo substancialmente el mismo que el del Calvario, agrada a Dios más
que lo que le desagradan todos los pecados juntos. El imprescriptible
derecho de Dios, Soberano Bien, a ser amado por encima de todo no se
podría reconocer mejor por la oblación [ofrecimiento] del Cordero
[Jesucristo] que quita los pecados del mundo.(Dz 940 y 950, S. Tomás, de
Aquino, Suma Teológica III, 48 2).
A
menudo nos olvidamos de agradecer a Dios sus gracias, como los
leprosos curados por Jesús; de diez, sólo uno se lo agradeció. Conviene
ofrecer con frecuencia Misas de acción de gracias. Por cada Misa
celebrada, por la oblación y la inmolación sacramental del Salvador en
el altar, Dios obtiene infaliblemente una adoración infinita, una
reparación y una acción de gracias sin límite.
No
olvidemos que el más alto fin del Santo Sacrificio es la Gloria de
Dios. Sin embargo hay otros efectos que son relativos a nosotros. La
Misa puede obtenernos todas las gracias necesarias para la salvación.
Cristo, que siempre está vivo, no deja de interceder por nosotros,
(Hebreos 7,25).
¿Cuáles son los efectos que la Misa puede producir en nosotros?
Aunque
el sacrificio de la Misa tenga en sí un valor infinito, en razón de la
dignidad de la Víctima ofrecida y del Sacerdote principal, los efectos
que produce en nosotros son siempre finitos a causa de los límites
mismos de la criatura y de los límites mismos de nuestra disposición
interior.
Gran
número de teólogos, inspirándose en los textos de Santo Tomás, dicen:
El efecto de cada Misa no está limitado por la voluntad de Cristo, sino
tan sólo por la devoción de aquellos por los que se ofrece. Una sola
Misa ofrecida por cien personas, puede serle provechosa a cada una, del
mismo modo que si hubiese sido dicha sólo por una.
La
razón estriba en que la influencia de una causa universal sólo está
limitada por la capacidad de los sujetos que la reciben. Así, el sol
ilumina y calienta en un solo lugar tanto a mil personas como a una
sola. La influencia de la Santa Misa en nosotros no está pues, limitada
más que por la disposición y el fervor de quienes las reciben.
El
sacrificio de la Misa, que perpetúa en sustancia el de la Cruz, es de
un valor infinito para aplicarnos los méritos y las satisfacciones de la
Pasión del Salvador.
Es
esto lo que explica la práctica de la Iglesia, que ofrece Misas por la
salvación del mundo entero, por todos los fieles vivos y difuntos, por
el Soberano Pontífice, los jefes de Estado, los obispos, sin limitar sus
intenciones. Actuando así, la Iglesia no piensa en modo alguno que la
Misa sea menos provechosa para aquél por quien se aplica especialmente.
En la Misa Cristo sigue ofreciéndose por acto teándrico [acto divino-humano], de valor infinito para aplicarnos los frutos de su Pasión.
El límite no proviene de Él, sino sólo de nosotros, de nuestras
disposiciones y de nuestro fervor. Como dice Santo Tomás de Aquino,
igual que uno recibe más el calor de un hogar si se aproxima a él, así
nosotros nos beneficiamos tanto más de los frutos de una Misa a la que
asistimos con más espíritu de fe, de confianza en Dios, de amor y de
piedad.
La Misa facilita nuestra conversión
En
tanto que nos obtiene la gracia del arrepentimiento, nos facilita el
perdón de los pecados; no se dicen en vano estas palabras antes de la
Comunión: Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, ten
misericordia de nosotros. ¡Cuántos pecadores, asistiendo a Misa, han
encontrado allí la gracia del arrepentimiento y la inspiración de hacer
una buena confesión de toda su vida!
Por
razón de que la Misa facilita el arrepentimiento, se sigue que puede
ser ofrecida por pecadores incluso endurecidos e impenitentes a los que
no se podría dar la Comunión. El santo Sacrificio puede obtenerles
suficientes gracias de luz y de conversión. Incluso puede ser ofrecido,
como el de la Cruz, por todos los hombres vivos, incluso por los
infieles, los cismáticos, los herejes, siempre y cuando no se ofrezca
por ellos como si fuesen miembros de la Iglesia. Con esta idea, el Padre
Charles de Foucauld, eremita del Sahara [África], celebraba a menudo la
Misa por los musulmanes a fin de preparar sus almas para recibir más
tarde la predicación del Evangelio
La Misa neutraliza al demonio
El
espíritu del mal nada teme tanto como una Misa, sobre todo cuando es
celebrada con gran fervor y cuando muchos se unen a ella con espíritu de
fe. Cuando el enemigo del bien choca con un obstáculo insuperable, es
que en una iglesia, un sacerdote consciente de su propia debilidad y de
su pobreza, ha ofrecido la omnipotente Hostia y la Sangre redentora. Hay
que recordar el caso de santos que, asistiendo a Misa, en el momento de
la elevación del cáliz, han visto desbordarse la preciosa Sangre y
deslizarse por los brazos del sacerdote, y los ángeles venir a recogerla
en copas de oro para llevarla a aquellos que tienen mayor necesidad de
participar en el misterio de la Redención.
La Misa disminuye nuestro purgatorio
El
sacrificio de la Misa no sólo perdona nuestros pecados, sino la pena
debida a nuestros pecados perdonados, ya se trate de vivos o muertos por
quienes se ofrece el sacrificio. Este efecto es infalible; sin embargo,
la pena no siempre es perdonada en su totalidad, sino según la
disposición de la Providencia y el grado de nuestro fervor. Así se
verifican las palabras: Cordero de Dios, que quitas los pecados del
mundo, danos la paz.
De
aquí no se sigue que los difuntos que han dejado mucho dinero para que
se digan numerosas Misas por su intención, sean librados más rápidamente
del purgatorio que los pobres que no han podido dejar nada o casi nada;
pues esos pobres, teniendo quizá menos deudas con la Justicia divina,
puede ser que hayan sido mejores cristianos y participen más del fruto
de las Misas dichas por todos los difuntos y del fruto general de cada
Misa.
Finalmente,
el sacrificio de la Misa nos obtiene los bienes espirituales y
temporales necesarios o útiles para nuestra salvación. Así, conviene,
como lo recomendó el Papa Benedicto XV, celebrar Misas para obtener la
gracia de una buena muerte, que es la gracia de las gracias, de la que
depende nuestra salvación eterna.
Conviene
que al asistir a Misa, nos unamos, con gran espíritu de fe, de
confianza y de amor, al acto interior de oblación que perdura siempre en
el Corazón de Cristo. Mientras más nos unamos así a Nuestro Señor en el
momento de la Consagración, la esencia del sacrificio de la Misa, mejor
será nuestra Comunión, que es una perfecta participación en ese
sacrificio.
Ofrezcamos igualmente las contrariedades cotidianas; será la mejor manera de llevar nuestra cruz, tal como el Señor lo ha pedido.
¡Quiera
Dios que tengamos el pensamiento y la fortaleza de renovar esta
oblación en el momento de nuestra muerte, de unirnos entonces, por medio
de un gran amor, a las Misas que se celebrarán, al sacrificio de Cristo
perpetuado en el altar! ¡Podríamos hacer así, del sacrificio de nuestra
vida, una oblación de adoración reparadora, de súplica y de acción de
gracias, que sea verdaderamente el preludio de la vida eterna!
Los
fieles que poco a poco, dejan de asistir a Misa pierden progresivamente
el sentido cristiano, el sentido de las cosas superiores y de la
eternidad. Hay que encomendar las parroquias y las comunidades donde no
se celebra Misa sino de tarde en tarde a aquellos santos del cielo que
recibieron el carácter sacerdotal, en particular al alma del Santo Cura
de Ars, para que desde arriba, vele sobre los rebaños sin pastor, para
que interceda y obtenga a los agonizantes que no son asistidos la gracia
de la buena muerte. Hay que pensar en ello a menudo al asistir al santo
Sacrificio, y puesto que cada Misa tiene un valor infinito, hay que
pedir que ésa a la que asistimos resplandezca allí donde ya no se
celebra, donde poco a poco se pierde la costumbre de asistir a ella.
Pidamos a Nuestro Señor que haga germinar vocaciones sacerdotales en
esos medios; pidámosle sacerdotes, santos sacerdotes, cada día más
conscientes de la grandeza del sacerdocio de Cristo, para que sean sus
celosos ministros que solo vivan para la salvación de las almas. En los
periodos turbulentos la Providencia envía innumerables santos; por eso
es necesario pedir al Señor que envíe al mundo santos que tengan la fe y
la confianza de los Apóstoles.
El Salvador y su amor por nosotros, R. Garrigou-Lagrange O.P., (Colección Patmos, ed. Rialp, Cap. XIV). Marco Antonio Guzmán Neyra | Facebook |
viernes, 18 de octubre de 2013
EL VALOR INFINITO DE LA SANTA MISA
Publicado por
JANUA COELI-PUERTA DEL CIELO CENTRO DE APOSTOLADO CATÒLICO
en
12:32
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